Jordan Grafman, neuropsicólogo y profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad Northwestern, publicó un artículo titulado “Los neurocientíficos no deberían temer estudiar religión”.
En el texto, Grafman señala que muchos investigadores evitan explorar temas relacionados con la religión o la espiritualidad por temor a ser percibidos como poco científicos. Sin embargo, argumenta que estas investigaciones no buscan promover ni refutar creencias, sino comprender cómo se reflejan estos fenómenos en el cerebro y su impacto en la vida de las personas.
En una entrevista con el periódico brasileño O Globo, el investigador comentó: “Dios existe. Estoy seguro de que Dios existe en el cerebro”. Grafman sostiene que incluso en el caso de personas provenientes de familias ateas, no creer en Dios también representa una forma de creencia, influida por la exposición a diferentes ideas y sistemas de pensamiento.
Explica que muchas personas buscan sistemas de creencias que les resulten reconfortantes y les ayuden a reducir la ansiedad. “Una vez que te expones a la idea de Dios o la religión, esa representación queda en tu cerebro. Incluso los ateos tienen una representación de Dios en sus mentes. No se puede escapar. Por eso digo: Dios existe en el cerebro. Podemos estudiar este concepto de manera segura, analizando cómo el cerebro procesa y permite los comportamientos asociados con la religión”.
Grafman subraya que las creencias suelen transmitirse dentro de las familias, pero también pueden desarrollarse a partir de experiencias personales o reflexiones profundas. “Muchas personas adaptan o adoptan ideas basadas en el entorno que las rodea. A veces, una experiencia emocional fuerte lleva a una persona a adoptar un sistema de creencias diferente”, señala.
El neuropsicólogo también reflexiona sobre los orígenes de la religión, atribuyéndolos a la necesidad humana de explicar fenómenos naturales y organizar socialmente a las comunidades. “En la antigüedad, la gente atribuía fenómenos como tormentas o terremotos a fuerzas más allá de lo humano. Esto evolucionó hacia sistemas de creencias que ayudaron a las sociedades a cohesionarse y fortalecerse”. Según Grafman, estas dinámicas forman parte de la evolución humana, otorgando ventajas a nuestra especie al permitirnos comprender el mundo y organizarnos colectivamente.
Ciencia y espiritualidad
Grafman lamenta que muchos científicos eviten investigar sobre religión debido a prejuicios sociales y el temor al escrutinio académico. “Algunos científicos, aunque no sean creyentes, se ven desanimados porque otros no entienden sus motivaciones para investigar el tema. Hay una reticencia en las publicaciones académicas y un prejuicio social que no debería existir, considerando la importancia de la religión en la sociedad”, afirma.
En este sentido, Grafman destaca la falta de investigaciones sobre religión en áreas como la neurociencia social, a pesar de la relevancia de este fenómeno en la vida de millones de personas. Su enfoque no está en estudiar la religión en sí, sino sus efectos en el cerebro y las emociones humanas.
“Nos interesa cómo las emociones hacen de la religión un sistema de creencias distintivo. También exploramos cómo estas emociones pueden estar relacionadas con la política y otros aspectos sociales a través de sus representaciones en el cerebro”, concluye.